El agua. Ese preciado bien que tanto apreciamos, que tanto disfrute nos provoca en piscinas y fuentes, en el simple lavado de unas manos o en la relajación de una ducha se acumula. Los pantanos ofrecen la irreal sensación de un mar interior. Queremos disfrutar del sosiego que provoca la contemplación de una infinita lámina de agua en las posibilidades del interior peninsular. Y a menos de una hora de Madrid se encuentra el embalse de Sacedón.
Y una de las curiosidades que nos ofrece es observar las antiguas estructuras que se conservan de su construcción. Una de ellas es una vía que se introduce en las profundidades del pantano. Imagino que se utilizaría para elevar los materiales de construcción, desde lo que sería el antiguo fondo del valle a la parte superior, para ser mezclados y vertidos en el encofrado. Ahora el único recorrido posible es a la inversa. De arriba a abajo, hasta donde el nivel de agua permite.
Es curioso. Una rampa empinada, muy lineal, que desaparece en el azul verdoso del agua. Poco a poco. Dan ganas de quitarse la ropa y comprobar dónde termina la estructura, qué hay más abajo.
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