Un solitario cesto de frutas. Invierno o Verano, Primavera y Otoño. Siempre está ahí.
Fue un regalo que hice hace mucho tiempo para adornar de manera permanente esta mesa instalada en la primera zona rehabilitada del jardín. Creo recordar que lo compré en las extintas Galerías Preciados (uf, compras de temprana juventud) en una feria de artesanía mexicana. Un cesto de frutas de terracota cocida que parecía tener su sitio en este rincón del jardín, después de haber permanecido en algún rincón de la cocina de mi casa.
Al principio, recuerdo, mantenía unos colores vibrantes: amarillo para el plátano, rojo para el pomelo, verde para las hojas... sobre la superficie áspera del barro. Poco a poco esta capa de color se ha difuminado y ahora la superficie se ha vuelto frágil. Pequeñas grietas surcan las paredes del cuenco. Da un poco de miedo moverlo, pues temes que se deshaga en tus manos.
Pero su sitio está ahí. Sobre una gran laja de piedra soportada por una simple viga de hierro oxidada. Si lo llego a diseñar ahora me dirían lo moderno que es. Combinación de una roca con el toque industrial del hierro. Ahora es moderno. Y antes también.
Respondía a la simplicidad de crear una mesa para el exterior, con la mínima base posible, para un uso inmediato en cualquier ocasión. Y vaya si a dado su fruto. Meriendas y cenas. La primera hamburguesa con los niños en el jardín en la temprana Primavera, aún con las chaquetas puestas...
Ya no está a su lado un álamo, casi el único testigo vegetal que existía aparte de matorrales antes de crear el jardín. Un vendaval lo derribó. Pero tubo el cuidado de no caer encima de ella...