En la ciudad universitaria de Alcalá de Henares, a pocos kilómetros de Madrid, en su casco histórico, se encuentra la casa museo Cervantes. Es un recogido edificio de época que descubrimos tras su pequeño jardín delante de la fachada. Toda la casa se articula en torno a un patio central con pasillos abiertos en su piso superior y apoyado en columnas de piedra en la inferior.
El patio ya no está abierto. La lluvia ya no moja las baldosas de barro cocidas de los corredores superiores, brillantes por las capas de cera que lo protegen. Tampoco moja los ruejos de la planta inferior, que en tiempos pasados conducirían el agua hacia el pozo, no se si hacia algún aljibe. Lo cierra un techo de cristal, pero este no impide que el sol penetre con fuerza en su interior. En verano, unos toldos desplazados de lateral a lateral mediante cuerdas, restan intensidad a esta luz, que en su fuerza acaba con los colores de las telas, baldosas...
En estos días de primavera el toldo permanece encogido a un lado, pues el calor calienta unas paredes frías tras el invierno. Los barrotes de madera de la barandilla superior proyectan hermosas sombras en el pavimento reluciente. Los visitantes con sus pisadas, sin saberlo, sacan lustre natural a esta superficie rojiza, intensa. Su color contrasta con el blanco de las paredes, y el tono oscuro de la madera en las vigas, los pilares, marcos y puertas.
Cuando la afluencia de visitantes disminuye, uno puede sentarse en un banco justo al lado de la escalera y disfrutar como antaño de la paz interior del recinto. Observar con tranquilidad esa repetición consecutiva de perfiles curvos...
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