En uno de los numerosos paseos por las calles de Venecia, un día, por sorpresa, nos topamos con este encantador palacio gótico. Trasformado en marco de exposiciones temporales, lo primero que nos llamó la atención es este patio. La humedad persistente de Venecia, a través de los siglos, había dotado a sus paredes de una pátina especial que solo el tiempo consigue.
Una gran escalera ascendía desde la plante calle hasta la planta noble. Allí donde seguramente residían los acaudalados propietarios de turno. Cabezas de personajes son dispuestas para dotar de importancia a la escalera. Desconozco ahora su significado, pero su presencia inquieta por su grado de erosión. Sus rasgos han sido difuminados y denotan una apariencia un poco fantasmagórica.
La vegetación crece en sus paredes. Enredaderas entrelazan sus ramas en una competición ascendente por alcanzar la luz. Macetas y jarrones revientan de verdor y dan color a este pequeño jardín secreto interior urbano.
La construcción demuestra numerosas ampliaciones. No responden a un plan organizado, simétrico, sino más bien a resolver las necesidades puntuales y a las posibilidades económicas que cada propietario a lo largo del tiempo ha dispuesto en el conjunto.
Una mezcla de estilos reflejan estas distintas fases, desde las arquerías góticas superiores, las renacentistas justo debajo o el brocal de pozo barroco. Pero todo ello convive. Dialoga en una simbiosis no sabemos si muy acertada pero muy unificada por el tiempo. Es una arquitectura contundente en piedra y madera, concebida para perdurar. Y esto sí que para mi demuestra un gran valor ecológico.
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