Encaramada en lo alto de una colina, rodeada de magníficos valles, se encuentra la ciudad de Bérgamo. Una desconocida a medio camino entre Milán y Venecia.
Si te atreves a ir en coche es mejor dejarlo en las faldas de su muralla, disfrutar de unas espléndidas vistas y poco a poco, callejeando sin rumbo, descubrir rincones encantadores, asombrosos edificios y una vida universitaria y local llena de un espíritu auténtico, no distorsionado por una plaga de turistas.
Si no tienes prisa, disfrutas de antiguas tascas llenas de sabor e historia, curioseas en portales e iglesias, paseas por sus tortuosas calles repletas de insignes casas y palacios... empiezas a conseguir comprender todos los matices de un país cargado de historia que enciende la imaginación personal de cada uno y que te trasporta a un estado de disfrute y bienestar.
No es preciso hacer una relación de monumentos y recorridos. Prefiero que la curiosidad y la casualidad marquen mi ruta de viaje y si, por tiempo o por descuido, no llego a ver algo esencial, siempre podré realizar otra visita. Bérgamo, siempre que quieras, te espera.
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