Las paredes tienen historia propia.
Muros de una antigua fortificación construida a lo largo de los siglos y que en cada etapa se fueron cargando de cultura, de arte. Muros decorados en capas sucesivas que hoy se pueden adivinar en grandes superficies o en reducidos fragmentos salvados y mostrados in situ. Detalles de estudios (figuras, manos) realizados seguramente por los pintores que allí trabajaban como bocetos de sus obras o simplemente dibujos realizados para el descanso, el aprendizaje de los pupilos...
Estos son los pequeños secretos que esconde este museo nada aséptico, ordenado pero no distante. Aquí no se establece una frontera entre espectador y obra. Todo dialoga de manera natural.
Además la reducida y correcta presencia de vigilantes descubre un respeto hacia las obras, hacia en entorno, de unos trabajadores y de unos visitantes que se saben comportar adecuadamente.
Desde aquí recuerdos a las encantadoras mujeres de taquilla. No dudaron en explicarnos las condiciones de las diferentes tarjetas que proponen recorridos por Verona, establecimientos, visitas... Su amabilidad suple con creces sus carencias en idiomas y gracias a ellas comenzó al anochecer una solitaria e inolvidable visita al castillo.
Gracias.
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